“Mi salvación procede de mí”. ¡Cuánto me cuesta…! Pues admitir que la responsabilidad de mi estado es mía y dar la vuelta a mi sistema de pensamiento; al chiringuito de repartir culpas que tengo montado, a mi queja contra los demás, a mi indignación, a las injusticias, a todos mis adornos ¿Dónde ir? -A mi salvación- oigo. “Dios no habría puesto el remedio para la enfermedad donde no te pudiese servir. Así es como funciona tu mente, no la Suya”. ¡Ay! Siempre agradezco la cordura. Hoy aprenderé que mi voluntad y la de Dios son la misma.
Desde hoy tengo dos practicas largas para hacerlas en los momentos que elija. Me pide que los fije y respete. Empiezo repitiendo la idea seguido de otra fase de apoyo; “Mi salvación procede de mí. De otro modo no estaría a mi alcance”. Y examino después las fuentes externas de salvación que vengo usado; personas, posesiones, influencias… Todas de breve recorrido, y me digo: “Mi salvación no puede proceder de ahí. Mi salvación procede de mí, y sólo de mí”. Desde el fracaso reconocido debo girar la vista un poco más allá de estas nubes con las que me distraigo. Siempre tengo dificultad con ese ejercicio, y escucho a Jesús, más cercano que nunca decirme: “Trata de ir más allá de las nubes utilizando cualquier medio que te atraiga. Si te resulta útil, piensa que te estoy llevando de la mano, y que te estoy guiando. Y te aseguro que esto no será una vana fantasía”. Al leer esto se me pone un nudo en la garganta. ¿Qué otra mano tengo yo tomada?
En la práctica corta y frecuente, debo recordarme que la salvación procede de mí y que solo mis pensamientos pueden coartarla: Mi salvación procede de mí. No hay nada externo a mí que me pueda detener. En mí se encuentra la salvación del mundo y la mía propia.
Joseluis