“Te entrego este instante santo. Sé Tú quien dirige, pues quiero simplemente seguirte, seguro de que Tu dirección me brindará paz”. Se acaban las lecciones de estudio. Estos son días para aplicar lo aprendido. Son días para no hacer nada por mi cuenta, para no intervenir, escuchar y únicamente estar atento al Espíritu en mí. Hoy, con mi rendición, comienza la aceptación del final de mi mundo, de mi sueño, no como quise que fuera, sino de acuerdo a Su Voluntad. Y me cuesta… aún tengo miedo. Siento un vértigo en mi estómago; perder lo que he conseguido, lo que amo, lo que me gusta, hasta lo que me parece santo, todo lo que conozco ¡Ay, ese vacío me atormenta! Veo ahí mi debilidad, mis apegos. Y me agarro a la esperanza de haber sido mal estudiante y tener que repetir curso. Cualquier cosa que aplace el desenlace que se me anuncia.

No, no voy a venirme a bajo. Casi agradezco contemplar mi debilidad, por fin sé con qué me enfrento. Las mismas tentaciones de siempre resumidas en un sólo movimiento, el que dio lugar y aún sostiene mi mundo y su locura. Ya he visto el dolor que contiene y sus fracasos, ya sé lo que me ofrece. Desde el conocimiento alcanzado puedo con más seguridad elegir de nuevo. De nuevo doy mi confianza a este camino que inicié casi hace un año. Confío en el Maestro y lo aprendido, y prosigo con Él los últimos pasos: “Si necesito una palabra de aliento, Él me la dará. Si necesito un pensamiento, Él me lo dará también. Y si lo que necesito es quietud y una mente receptiva y serena, ésos serán los regalos que de Él recibiré. Él está a cargo a petición mía. Y me oirá y contestará porque Él habla en Nombre de Dios mi Padre y de Su santo Hijo”.

José Luis Cristo