Que la paz sea contigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con la paz”. Hoy es una salutación. Una salutación de reconocimiento y de paz. Y con esta fórmula recibo a los hermanos que van pasando por mi mente y con los que aún mantengo alguna reclamación o resentimiento. Ésa es mi decisión hoy; estar en paz. Se están acabando los días del compromiso que sostengo con el Espíritu Santo a fin de reconocer mi verdadera y única naturaleza. Se está completando el aprendizaje que comencé de Su mano y éste es el resultado; el puente que tiendo hoy de reconocimiento de la santidad de mi hermano y de la mía propia que me identifico en él. Y a través de esa unidad, extender la misma paz al mundo de desencuentros que nos cobijó por un breve espacio de tiempo.

          “Padre, Tu paz es lo que quiero dar, al haberla recibido de Ti. Yo soy Tu Hijo, eternamente como Tú me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por siempre serenos e imperturbables. Quiero llegar a ellos en silencio y con certeza, pues en ninguna otra parte se la puede hallar. Que la paz sea conmigo, así como con el mundo. En la santidad fuimos creados y en la santidad seguimos. En Tu Hijo, al igual que en Ti, no hay mancha alguna de pecado. Y con este pensa­miento decimos felizmente “Amén”.

Qué acabe definitivamente la sospecha, qué finalice el miedo, que se depongan para siempre las defensas y no haya más muertes. Así paso el día, deseando la paz según van pasando los minutos, consciente de que el tiempo está llegando a su final. Esperanzado.

José Luis Cristo