“La verdad contesta toda invocación que le hacemos a Dios, respondiendo en primer lugar con milagros, y retornando luego a nosotros para ser ella misma”. Me dice que la verdad es la respuesta a la invocación que le hago a Dios. Así debe ser, porque invocar a Dios, pedirle ayuda, lleva implícito el reconocimiento de mi fracaso para obtener la felicidad por mi cuenta. Renunciar a mis ilusiones es perdonarlas, reconocer que jamás me hicieron feliz y desistir a seguir intentándolo. Y al renunciar a mis planes, la verdad puede ocupar su lugar. Y la verdad, sin oposición esta vez, pueden traer paz a mi mundo de dolor y muerte mediante los milagros. El reconocimiento de estos milagros hará que tenga fe en la verdad que los sustentan y de este modo la recuperaré como mi patrimonio. Un resultado casi inimaginable desde aquí.
Y así, finalmente, sólo habrá verdad, sin las pretendidas ilusiones cerrándole el paso, perdonadas ya. Únicamente por nombrarle a Él, por apelar a la esperanza que Su nombre contiene, sus soluciones, por citarle: Padre, Padre, Padre. No perderé hoy el tiempo. Cada vez que me asuste: Padre, Padre, Padre.
“El perdón -el reflejo de la verdad- me enseña cómo ofrecer milagros y así escapar de la prisión en la que creo vivir. Tu santo Hijo me es señalado, primero en mi hermano, y después en mí. Tu Voz me enseña con gran paciencia a oír Tu Palabra y a dar tal como recibo. Y conforme contemplo a Tu Hijo hoy, oigo Tu Voz indicándome la manera de llegar a Ti, tal como Tú dispusiste que ésta debía ser:
“Contempla su impecabilidad y sé curado”.
¡Qué gran cosa eso de la paciencia, garantiza mi éxito!
José Luis Cristo