“Hoy aprendo la ley del amor: lo que doy a mi hermano es el regalo que me doy a mí mismo”. Me he quedado sobrecogido, pues he recordado las veces que directamente o con excusas, he deseado dolor para alguien a quien juzgue malvado. Que me haya olvidado del amor y su ley, no la anula. Y he comprendido el dolor en mi vida y la necesidad de abandonar mis juicios de separación. Agradezco el recordatorio de hoy. Esto sí que es hablar del amor, tan acostumbrado que estoy a citarlo entre frivolidades y banalidades; lo que doy a mis hermanos es lo que me ofrezco a mí mismo. Y vislumbro la mismidad que somos ¡Por fin! Y me quedo observándolo de nuevo. De esta forma, dando lo que tengo, me reconoceré a mí mismo, y a mí mismo en los demás que lo reciben, y ya no me distinguiré ni veré separación. Ése es el campo del amor; el del perdón y no otro.
“Ésa es Tu ley, Padre mío, no la mía. Al no comprender lo que significaba, procuré quedarme con lo que deseaba sólo para mí. Y cuando contemplé el tesoro que creía tener, encontré un lugar vacío en el que nunca hubo nada, en el que no hay nada ahora y en en que nada habrá jamás. ¿Quién puede compartir un sueño? ¿Y qué puede ofrecerme una ilusión? Pero aquel a quien perdone me agasajará con regalos mucho más valiosos que cualquier cosa que haya en la tierra. Permite que mis hermanos redimidos llenen mis arcas con los tesoros del Cielo, que son los únicos que son reales. Así se cumple la ley del amor. Y así es como tu Hijo se eleva y regresa a Ti”.
-Jesús me transmite su ánimo-: “¡Qué cerca nos encontramos unos de otros en nuestro camino hacia Dios! ¿Qué cerca está Él de nosotros! ¡Qué cerca el final del sueño de pecado y la redención del Hijo de Dios!” – Y yo digo; amén-.
joseluis