“Todos los regalos que mis hermanos hacen me pertenecen”. Un escepticismo largo me llega según repito la lección de hoy. ¿Dónde están? Se me pone la cabeza loca, pues confío en la verdad de todas estas afirmaciones y sé, por tanto, que en algún lugar me esperan, porque hasta ahora ni lo he notado. Me da rabia no percatarme de ellos y disfrutarlos cada rato ¿Dónde están?  No puedo sacarme la pregunta. En cada momento de cada día se te conceden miles de teso­ros. Eres bendecido durante todo el día con regalos cuyo valor excede con mucho el de cualquier cosa que yo pudiera concebir”. -¿Dónde están? Repito esperanzado-  “Un hermano le sonríe a otro, y tu corazón se regocija. Alguien expresa su gratitud o su compasión, y tu mente recibe ese regalo y lo acepta como propio”. Ya no me atrevo a preguntar dónde están, sino dónde estoy yo, dónde está puesta mi atención que vivo al margen de lo que ocurre-.

“Y todo aquel que encuentra el camino a Dios se convierte en mi salvador, me señala el camino y me ase­gura que lo que él ha aprendido sin duda me pertenece a mí también”. Por fin me siento conectado, y comprendo de donde llega mi evolución, ya puedo agradecer los perdones que se hicieron antes que yo llegara y sobre los que puedo añadir los míos. Ya puedo sentir los regalos y agradecerlos profundamente. Y agradezco también la frase que me indicó donde mirar para encontrar las únicas joyas que jamás pierden su brillo, sino que lo intensifican con mi aceptación y reconocimiento.

            “Gracias, Padre, por los muchos regalos que me llegan hoy y todos los días, procedentes de cada Hijo de Dios. Los regalos que mis hermanos me pueden hacer son ilimitados. Ahora les mostraré mi agradecimiento, de manera que mi gratitud hacia ellos pueda conducirme a mi Creador y a Su recuerdo.

joseluis