“Hay una paz que Cristo nos concede”. -Como una continuación de lo aprendido en los últimos días, la consecuencia de seguir los pasos indicados. Una paz diferente, viene a decirme, a lo que estoy habituado pues prosigue-: El que sólo utiliza la visión de Cristo encuentra una paz tan profunda y serena, tan imperturbable y completamente inaltera­ble, que no hay nada en el mundo que sea comparable”. -Y me alegro que esta nueva paz sea diferente, que no admita comparación, porque la paz a la que estoy acostumbrado siempre está amenazada por algo y la tengo que defender. Eso no fue paz, sino las treguas que siguen a las pequeñas victorias-. “Las com­paraciones cesan ante esa paz”. -Sólo lo absoluto no admite comparación, debe ser una paz absoluta. Me gusta perderme ahí, en lo absoluto, y quedarme.

Cuando la paz absoluta llega, toda actividad debe cesar. Pienso esto ensimismado por un instante. Ahí me tengo que centrar, recordarla a cada instante, traer ese concepto al centro de mi actividad. Sólo la decisión de hacerlo, de citarla meramente, me aparta de mis quehaceres, de mis distracciones, de lo que me rodea, conformando mi mundo y sus amenazas.  “Y el mundo entero parte en silencio a medida que esta paz lo envuelve y lo transporta dulce­mente hasta la verdad, para ya nunca volver a ser la morada del temor”. -Éste es el camino que he elegido y seguiré en él hasta aprendérmelo, ponerlo en práctica y no hacer otra cosa. Saber que existe me reporta paz. “Pues el amor ha llegado, y ha sanado al mundo al conce­derle la paz de Cristo”. -Y quiero que me pille dentro cuando ocurra-.

            “Padre, la paz de Cristo se nos concede porque Tu Voluntad es que nos salvemos. Ayúdanos hoy a aceptar únicamente Tu regalo y a no juz­garlo. Pues se nos ha concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos.

joseluis