“Hoy mi santidad brilla clara y radiante”. Nadie lo diría a primera vista si contemplo el panorama de mi vida y de la de los que me rodean. Pero comprendo inmediatamente que por eso lo que necesito ver es el brillo de mi santidad, arroparme en ella. Cierro los ojos a lo que me intimida y ni me lo cuestiono. Repito la frase; mientras duermo mi santidad brilla, mientras me enfado mi santidad brilla, mientras me enfermo mi santidad brilla, mientras camino brilla también, mi santidad brilla todo el tiempo, lo vea o no. Es un descanso frente a lo que me abruma, pues la realidad está contenida en ella. Sólo mi santidad es real, por tanto, lo demás, no tiene poder sobre mí. Y me agarro a esta palanca que la razón me brinda para volver a ver la luz entre las sombras con las que convivo. “Hoy me despierto lleno de júbilo, sabiendo que sólo han de acontecerme cosas buenas procedentes de Dios”. – A esto me fijo, no quiero ver nada más sino las cosas buenas del Padre- “Eso es todo lo que pido, y sé que mi ruego recibirá respuesta debido a los pensamientos a los que va dirigido”.
“Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas”. -Yo mismo debí pedir las situaciones que estoy viviendo, por tanto, mi propia culpabilidad es la que está al mando ¡cómo necesito recordar mi santidad, contiene mi cordura!- “Pues, ¿qué utilidad tendría el dolor para mí, para qué iba a querer el sufrimiento, y de qué me servirían el pesar y la pérdida si la demencia se alejara hoy de mí y en su lugar aceptara mi santidad?
“Padre, mi santidad es la Tuya. Permítaseme regocijarme en ella y recobrar la cordura mediante el perdón”. -Ya salió- “Tu Hijo sigue siendo tal como Tú lo creaste. Mi santidad es parte de mí y también de Ti. Pues, ¿qué podría alterar a la Santidad Misma?” -Que no lo olvide, que no lo olvide hoy-.
joseluis